Descifrando lo que imaginan los libros
La noche se arrastraba en su lasitud, y con el crepitar de la leña — como si marcase cada segundo — la noche se esmeraba en pintar de negro el cielo y mi rostro se enrojecía frente a la fogata que me abrigaba esa noche a solas, alejado de la siniestra realidad.
Miraba cómo las luces que competían en llegar a mis ojos desde estrellas lejanas, colmaban a mis ojos de tanto regocijo que incluso algunas lágrimas salían curiosas a apreciarlas.
Observaba el infinito, yo tan minúsculo, tan solitario, tan ajeno a nuestros días, sin límites, sin fronteras, sin horas, sin noches ni días, sin fin.
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